Anahi Manuela Gonzales Jiménez

Ya que estás en mi página

y soy el resultado del encuentro de dos personas excepcionales, mis padres,

Mi madre es una mujer increíble. Nació en Bélgica en una familia de artistas. Mi abuelo era pintor, cuentacuentos, y alma de la fiesta. Estaba tan a gusto en sociedad que todo el mundo le conocía y muchos le admiraban. Mi abuela, en cambio, experta en tejer y cocinar, nos cuidaba mucho pero silenciosamente, tanto así que recién la «descubrimos» como la hermosa mujer que fue luego de la muerte de mi abuelo. Fue ahí que se creó entre nosotras un vínculo muy fuerte.

Mi padre era boliviano (falleció en 2014). Músico y cantante, salió de Bolivia con guitarra en mano a vivir al máximo. Luego de muchas escalas, aterrizó en Bélgica, donde finalmente montó un restaurante y conoció a mi madre. Tenía un carácter fuerte y muchas heridas enterradas en su corazón. Fue mucho más tarde cuando comprendí que él había sido uno de mis principales maestros en esta vida.

Cuando tenía 14 años mis padres se separaron

Ahí fue cuando vi a mi madre tomar las riendas de nuestras vidas para sacarnos de todos los problemas económicos que teníamos en ese momento. Me impresionó su FUERZA; no le temía a nada o al menos eso vi con mis ojos de niña. Recuerdo que en aquel momento pensé que las mujeres estaban muy lejos de ser el «sexo débil».

Mi padre, en cambio, cayó en depresión. Se puso muy negativo, y él, que siempre había sido el jefe de su restaurante, en poco tiempo perdió su negocio y se enfermó. Su discurso fue que él era la «víctima» de todo lo que le pasaba. Y así fue como elaboré la imagen de los hombres durante mucho tiempo.

Con todas estas «creencias» sobre las mujeres y los hombres, crecí. No contaré los detalles, pero llegó un momento en mi vida en el que, creyéndome tan fuerte, vi cómo se desmoronaba todo lo que me rodeaba. Así fue en el año 2012 tuve un “burn out” que puso mi vida en pausa durante más de 2 años.

Este periodo fue muy difícil para mí. Mi cuerpo no quería moverse en la dirección que yo le imponía. Sabía lo que me había llevado a este momento, era consciente de todas las malas decisiones que había tomado (la más importante de todas, no escuchar a mi cuerpo cuando sonaba la alarma), y sin embargo me sentía perdida. No tenía idea de cómo sacar la cabeza del agua. Perdí 25 kilos, y lloré todas las lágrimas que no me había permitido soltar por mucho tiempo.

Pero sobre todo entendí una cosa esencial, o, mejor dicho, más que entender, integré una cosa muy esencial, ya que lo sabía desde hace mucho tiempo, pero no lo había incorporado. Integré que ¡no soy mis pensamientos! No soy la imagen que devuelvo a los demás. Soy un ser mucho más complejo que eso, y soy todo a la vez.

Así fue como comencé a aceptar el hecho de que tenemos 3 cuerpos principales: el CUERPO MENTAL, el CUERPO FÍSICO, el CUERPO ENERGÉTICO (y otros más! pero para comenzar no esta mal)

Con esta comprensión, me di cuenta de que mi cuerpo físico me estaba diciendo STOP.

Por lo general, no se nos enseña a tener una buena relación con nuestro cuerpo físico. Y, sin embargo, sigue siendo esencial.

Si nuestro cuerpo físico, simbólicamente, representa el vehículo de nuestra alma, debemos cuidarlo, pasar el control técnico, revisar la presión de los neumáticos, etc., de lo contrario corre el riesgo de no funcionar más (“burn out”). Siguiendo la analogía, nuestro cuerpo energético, sería el combustible en el depósito del vehículo. Y todos sabemos que sin combustible el motor no anda. Y entonces nuestro cuerpo mental está ahí para decirnos en qué dirección queremos ir al modo de un GPS. No obstante, no siempre es fácil saber en qué dirección debemos ir para estar en el CAMINO de nuestra alma. Muy a menudo escuchamos la VOZ de nuestra mente, de nuestro ego, de nuestras heridas, de nuestros miedos, y no la que nos orienta a encontrar el camino.

Este “Burn Out” representó para mí la “larga noche oscura del alma” que me permitió renacer.

A partir de ahí, (te lo cuento de forma muy rápida), viajé mucho por Latinoamérica, tierra de mis ancestros, donde gracias a mi tío (chamán boliviano) pude iniciarme en el camino del chamanismo. Es un camino que me llamó mucho y que recorrí durante varios años haciendo temazcales, participando en ceremonias de Ayahuasca, Peyotl, Kambo, y otras.

Participé también en la Danza de la Luna, una ceremonia mexicana que refuerza nuestra conexión con la energía femenina.

Me formé como acompañante de mujeres en sus procesos sagrados y rituales (formación impartida por Karina Falcón, sanadora mexicana), como kinesióloga holística, con Philippe Bombeck, creador de la ortokinesiología («le Fil d’Ariane»), y como terapeuta de masaje Shiatsu (con Cristina del Monaco, en el centro paramédico Bervoets de Forest). Además, he seguido un curso de técnicas de canalización con «el método Amaranto» con Gabriel Ametriel, y varios cursos de comunicación. Y sigo formándome hasta el día de hoy por mi mayor placer y porque es importante para mí ofrecer un acompañamiento integral que se adapte a las necesidades de cada uno.

Entonces comencé a organizar talleres, círculos de palabra y conferencias. Por lo general, suelo tener una clientela más bien femenina, pero también cuento con hombres.

Lo que he llegado a comprender a través de mi trayectoria de vida es que para poder estar en equilibrio:

– primero hemos que estar en paz con nuestra energía masculina y femenina, y es cuidando nuestra relación padre/madre y lo que sale de ella lo que nos libera de muchas «creencias limitantes».

– debemos iniciar un camino que nos lleve a perdonarnos (y perdonar), a respetarnos y amarnos sinceramente.

– es absolutamente necesario tener en cuenta nuestros 3 cuerpos principales y los mensajes de alerta que nos envían. Tenemos que trabajar en estos 3 cuerpos para poder avanzar de forma constructiva.

Todavía hay muchas cosas que me gustaría compartir contigo. Lo bueno es que tendremos mucho tiempo para conversar y profundizar en todas ellas si te apetece.

Espero conocerte pronto, y gracias por tu interés en este primer artículo.

Lo que realmente me haría feliz es que me dejaras un pequeño comentario, aunque sólo sea para que no tenga la impresión de que estoy hablando sola… 😉